Leonardo Villegas
Caída libre
Leonardo Villegas es un escritor de relatos o poemas en prosa que se roban la conciencia del lector por ese instante que dura un asombro. Es un escritor de sortilegios. La siguiente muestra nos hace recordar autores como Henri Michaux o el inspirador de Kafka, Robert Walser. Sin embargo, imprime un estilo muy propio con relatos que nacen de poesía o viceversa. No podemos identificar los límites. Lo cierto es que cada relato-poema expresa el universo de una emoción, que queda parpadeando en el horizonte de la conciencia y el sueño.
En la presente edición de Matérika, publicamos este adelanto que pronto verá la luz bajo el título “Caída libre” en la Editorial Arboleda de San José.
LOS AVIADORES
APRENDÍ que algunos humanos no están diseñados para volar, aprovechan toda pendiente para tirarse con esos aparatosos instrumentos. A veces los veo impulsando sus pesados cuerpos de metal.
No saben del silencio. Son calculadores, mezquinos y ruidosos hasta en la mente. Tampoco conocen del sueño porque vuelan a la fuerza. Como trabados. Como queriendo caer si se les acaba el combustible. Evaden todas las nubes oscuras y tormentas. No conocen el rayo, el viento en el rostro. No se suspenden por mucho tiempo.
Siempre procuran andar bajo, casi tocando el suelo. Si pudieran caminarían en el aire vez de volar. Lo he visto. No conocen la fuerza de arrastre que tiene mi precipicio.
PAISAJE
EL NIÑO tenía la mano suelta, pintó la casa sin preocuparse del tamaño, lo vi sonreír cuando hacía sus trazos violentos, sin lograr alguna apariencia. Lo hizo porque quería, por el simple placer de expresarse. Lo hizo porque desconoce el mundo.
El sol era una mancha extraña en el fondo, que no era fondo sino la pared misma de la casa. Tenía ventanas que eran escaleras y una puerta que era la casa. No pintó gente, pintó formas y espacios. Hizo el cielo como sus manos. Pintó a gusto sus colores y todas las manchas se hicieron horizonte vivo, cambiante.
Le interesó retratar su mundo, luego se llenó de pintura todo el cuerpo. Embarrado de color se hizo paisaje con su cuadro. Jugó, tiró colores al aire y descubrió el sentimiento del vuelo en los dedos.
Yo también tuve una vez la mano suelta. Lo sé, aún descubro manchas de color trazadas en mi cuerpo y siempre que vuelo, cruzo el arco iris con los ojos abiertos.
CAIDA LIBRE
CREÍ que era una caverna o un caracol gigante y yo en medio, absorbido por el sonido crepitante del nosotros.
Me introduje, primero la cabeza, luego las manos y los pies. Un resbalón me sorprende y caigo desconocido entre las sombras.
Bajo la cabeza pero mis manos no tocan el suelo. Es entonces cuando abro los ojos y me veo. Al principio sentí miedo, pero ahora, asumo mi posición con las manos abiertas y disfruto el aire acelerado pasar entre mis dedos.
Siento rozar las partículas. Intuyo, sorpresivo, mi rostro en el abismo, con la boca abierta en la caída libre.
Veo a lo largo el azul, veo las transparentes nubes entrelazarse con mi cuerpo, algo frío por la altura.
Supero el temor. Extiendo mis manos y disfruto la caída. Ahora sé que no estoy soñando. Ahora vivo.
ROJO
LOS HILOS del sol jalaban mis párpados, el sonido de las hojas me sorprendió con cada paso. Todo parecía calmo, idéntico.
Primero lo sentí fulminante entre mis ojos, luego lo vi tocar los poros de las manos. Pintado de un naranja intenso, me sentí extraño en el cuarto donde viví toda mi vida. Por primera vez, pude ver el final de la noche cruzar mi cuerpo. Atravesar los muros de la casa y sentir que era nube. Vi la otra dimensión, la roja, la intermedia entre el sueño y la vida.
Supe lo del fuego en el aire, estuve allí, después de tanto intentarlo.
Crucé al lado teñido y me quedé disfrutando el cambio de mi piel. Encontré la unidad, encontré también el fantasma que ronda en nuestro cuerpo; ese que nos amanece, el que nos transita misterioso a los espacios interiores.
El que vuela. El que se suspende.
El que busca furtivo el último rojo de un beso de otro mundo.
EL GATO BLANCO
SI TUVIERA que tomar una foto, lo haría en el jardín de Marielos. El gato blanco vigila desde el techo, y las hormigas hacen en fila el recorrido. Comienza con los crotos, al lado están las palmeritas que sembró en maseta, que no crecieron mucho, dice, pero guardan proporción con el pequeño árbol de limón. Hay en el fondo un contraste de rojo chile con el verde vainica y una vibración geométrica por el puntillismo de las chinas dobles con el morado de las orquídeas. Tiene mucho verde el sol detrás de mi casa, recorre el trillo que dejó la oruga, la sigue hasta alcanzarla en el paso de los abejones. Llega al muro floriado, pasa los alambres traslúcidos de la ropa y termina iluminando los ojos del gato blanco.
Él está siempre arriba, mirando, vigila el horizonte trasero, lo abarca filoso, atento. El sabe de vuelos y caídas.
Conoce al colibrí y lo espera en el techo rojo. A veces, parece que va a tomar la foto, se levanta, se estira, se agacha, encuadra y el colibrí se dispara. Nunca queda en el retrato de sus días. Pero sabe que el jardín de Marielos tiene lo estático, ese suspenso en el aire que hace del paisaje una buena foto.
El gato blanco es mejor fotógrafo, me habló con paciencia, dijo que el último paso es el más difícil.
Disparar la foto y que todos queden quietos. Presentes.
PARAPENTE
COMENCÉ a dibujar en la pared, una experiencia que me gustó porque al fin me salí de los límites de la hoja. Ahora no tengo el prejuicio del borde, ahora la línea se va lejos y atraviesa todas las paredes. Hago líneas sugestivas, cada vez más alto. Me gusta estirarlas hasta lo más fino, casi a reventar, luego dibujo los nudos para que no se escapen.
Este fin de semana pasó algo inusual, una línea se fue por la ventana de la izquierda, era veloz, tal vez porque soy zurdo. Me asomé para ver si la podía agarrar, pero se me fue cuando la tenía en la punta de los dedos.
Las ventanas son mi debilidad, por allí se escapan las miradas de todos los trazos. Ondulan hasta ponerse en posición de fuga, las veo atrevidas como un gato, dispuestas a romperse, dispuestas a unirse a las demás, aquellas que encontraron el hombre que viaja detrás de la ventana.
Ese que es libre y sobrepasa el paisaje de nuestros horizontes.
Dicen que es artista.
Dicen que traza líneas dentro de un parapente.
LAS MANOS DE ADOLFO
HE DESAPARECIDO algunas veces, a los cinco años agarré mi ropa y me escapé de la casa, pero no llegué muy lejos. En otro momento, en una de mis rabietas, hice todo el teatro y me escondí entre los libros de la biblioteca. Todos me buscaron.
Aparecí 6 horas después, cuando me dio hambre y frío...
Sin embargo, la mejor de todas mis desapariciones fue cuando tenía apenas dos años de edad. Y toda la familia estaba reunida en la casa. Había mucho ruido de la gente hablando y me costaba lograr la atención de mis padres. Fue allí donde menos pensé, experimenté esa transición al silencio. Sólo tuve que bajar al cuarto donde él guardaba los confites y ahí estaba él en la cama durmiendo, era un cuarto pequeño de paredes de reglas horizontales de madera color verde agua, con poca luz y decoración. Me acerqué para tomar un confite, levanté en silencio la tapa del frasco de cerámica, metí tres dedos ágiles, pero en eso, ¡juaaaz!, ¡el abuelo me sorprende!
Quedé paralizado del susto, cuando vi sus manos grandes moverse sobre mí. Colocó su mano derecha en mi cabeza por varios minutos. Luego me dio el confite y se volvió a dormir.
Durante horas, todos arriba me estaban buscando, la policía había explorado los alrededores del barrio La Paulina, mis tías buscaban en la casa de los vecinos y en el río, estaban desesperadas, nadie me había visto salir, nadie tampoco entró a hurgar el cuarto de Adolfo. Por ese único momento, simplemente me había vuelto invisible.
Ahora sé, además, que ese fue el día que murió mi abuelo.
LEONARDO VILLEGAS. (Costa Rica, 1970).Escultor, poeta y editor. Dirige el sello editor Arboleda. Publicó el poemario Albatros. Contacto barpilatos@hotmail.com
Muestra gráfica:
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Matérika 7