Enrique De Santiago
“Lennin Vásquez y el hermetismo andino”

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Hacer referencia de la obra plástica de Lennin Vásquez es por cierto hacer mención del color vernácular de Latinoamérica, y esencialmente del proveniente de las culturas ancestrales que poblaron Perú,  en este aspecto cromático esto se hace notar donde se conjugan de manera poderosa el cielo y la tierra de su zona geográfica, la cual se caracteriza por contener la intensidad del color de una tierra bañada por un sempiterno sol y el poderoso rasgo ocre de la cartografía de sus antepasados, y es en esa luminosidad donde se encuentra circunscrita su pintura, aquella en que la tela la soporta de manera notable develando su exquisita composición de colores, ya que Lennin nos ratifica de manera plena que la lengua madre de las artes, la pintura, sigue siendo una suerte de caja de Pandora inagotable donde se albergan  nuevas vertientes y sensaciones, entonces es claro resaltar que en este artista se suceden propuestas que desde la intimidad de su ser, nos hace constatar que en este medio pictórico aún pueden hallarse sutiles propuestas de renovación. En su pintura  surge además la sinuosidad del dibujo que es heredero de la cultura Chimu, Moche, Nazca, o de la rica civilización incaica, ciertamente en esto debe influir su mirada escudriñadora que bien dotada, también percibe los ciclos de irisación de la naturaleza, y hablo de la evidente, y de la otra que se oculta ante nuestros ojos, donde esta visión hacia dentro y hacia afuera  la plasma en lo inmediato de su trazo de múltiples expresividades.


Podemos distinguir a lo largo de su trayectoria como artista la búsqueda constante de una solución pura en términos plásticos, la que se despliega haciéndose distinguible y perceptible a través de sus obras que preceden a esta muestra actual, pues para poder determinar un juicio valórico de su presente, es necesario y pertinente hacer un análisis estético de su trabajo anterior, y en este sentido, este es profuso, disciplinado y constante en el proceso de acercamiento a una pulcritud que se avizora ascendente a medida que uno hace registro del total de su derrotero artístico.

Tal impresión nos da como consiguiente, la idea de que con certeza la obra de Lennin posee un promisorio presente y futuro, y como consecuencia de esto, será muy interesante seguir con detenimiento su trabajo en adelante, el que por cierto nos traerá muchas satisfacciones estéticas.

Lennin Vásquez fue invitado a participar el año pasado en lo que fue el Encuentro Internacional de Surrealismo Actual “El umbral secreto”, que se celebró en Santiago, y destacar que él fue una de las presencias que mayor impacto causó entre el público que visitó la muestra, su poderoso arsenal de formas y colores llamaron profundamente la atención de los visitantes en el Museo Salvador Allende, ya que esta poseía un lenguaje atávico que conectaba al espectador con aquel lenguaje casi olvidado producto de la vorágine citadina a la cual se ve constantemente sumergido. Lennin entonces mostraba una frescura antigua con una voz cargada  de milenaria sabiduría, pero con una impronta novedosa que remece por su despliegue escénico, por su impecable técnica y su certeza cromática.


Desde hace mucho tiempo Perú ha sido una de las fuentes de aportes importantes y sublimes en la historia del Surrealismo, y en esta parte del orbe la inagotable vertiente metafórica ha producido nombre fundamentales como Cesar Moro y Emilio Adolfo Westphalen, quienes organizan el Lima lo que fue la primera exposición surrealista en       Hispanoamérica, posteriormente ambos son además activos animadores de la exposición internacional de 1940 en Ciudad de México junto a André Breton. Podemos citar también como destacados nombres a Xavier Abril, Fernando de Syslo, y a Cesar Vallejo quienes fueron depositarios de la influencia de este movimiento de manera notable. En este sentido Lennin retoma  esta manera de conectarse con el paisaje interior, con el inconsciente, y articula su propia formula cargada de onirismo presentándonos un lenguaje que poseían los chamanes y  los videntes de extintas culturas de su paisaje andino.

Pero para sustentar este juicio, es menester detenernos en detalle en algunas de las obras que se despliegan en esta muestra que constituyen parte de su obra relativamente reciente, donde se distingue el trabajo titulado “Árbol”, óleo sobre tela donde encontramos una composición vertical cargada de seres habitantes de un sueño abisal, los que emergen con colores vegetales que se empinan para abrazar el azul cerúleo de una divinidad que parece representar el cielo, Lennin aquí ocupa el recurso del “collage pintado” como lo son sus planos y figuras yuxtapuestas, que ya de por sí originan una vertiginosa ascendencia a partir de su quieto entorno, en este sentido las miradas laterales de la derecha y la izquierda presentan un decidido corpus que otorga al conjunto una solución compositiva interesante de apreciar, la cual a su vez dota de equilibrio al todo y resta tensión al lado izquierdo más vertical, despojándola así de una suerte simétrica y llevándola hacia una aventura formal que le imprime una levedad poética. El planteamiento de las figuras es muy limpia en su factura y la superposición de elementos nos recuerda el tratamiento que daban los cubistas a sus imágenes, pero en esta obra de Lennin este se presenta a la maniere de una profundidad mayor, por la distancia ostensible que resulta de lo inmediato del acto collagista, que es a partir de la imagen pre-impresa (método usado en esta técnica de principios del siglo XX) aquí su propuesta se expande más allá por la aplicación que en ella se hace de reincidentes veladuras, las que dotan a la totalidad de variados puntos de una otredad matérica, la que marca una diferencia con las propiedades resultantes que otorga el tratamiento anterior del collage confeccionado a partir de múltiples y variados recortes.

”Viento” es un lienzo donde podemos percibir una  composición sustentada en la predominancia de colores ocres y verdes, muy propios del paisaje onírico que es el ámbito natural de este artista que nos provoca cierta evocación con las culturas ancestrales, pero ciertamente en esta pintura asoman con fuerza sus rasgos interiores representados en la luz que predomina con el amarillo, que a la vez se convierte en un distractor intencionado para determinar el ritmo de la obra en sí, la que es inundada por una abundante presencia de diagonales que hacen inútil el intento de encontrar alguna forma horizontal la cual sirva de apoyo para construir un horizonte en nuestro proceso perceptivo, pues en esta obra todos las formas son ingrávidas y desestiman cualquier atisbo de gravedad terráquea, ya que las formas  están suspendidas y su hábitat es suprarreal, y donde quizás  la figura central una doncella metafórica que trasciende a este mundo, es una suerte de ondina rescatada de un sueño con rasgos ecto-plasmáticos. En este cuadro se construye una pluralidad de formas que presenta también brevemente a las otras impresiones cromáticas tales como el  blanco invierno,  el verde con diversas impresiones de luz,  los tonos medios ocres o el naranjo sobre las carnes de la figura central, donde el azul del fondo claramente es el elemento pictórico que anuda la composición desde lo formal y lo semántico, ya que el agua es representada en ese color desde una mirada oceánica y otra sideral, es el arriba y el abajo, como el “uno”, y este elemento  entonces pasa a ser una dádiva de los dioses manifestada para desplegarse ante la mirada humana.  Las tensiones dispuestas mediante las diagonales en casi toda la composición son distendidas por las transversalidades de las breves pero notorias verticales, que en mayor o menor protagonismo otorgan al todo de un gesto sutil y armónico, el color  azul además sirve en este caso para amarrar dichas tensiones y contenerlas en cierta medida por un efecto de vibrato non troppo en el espacio total,  sumado a esto  se encuentra la interferencia leve de los semitonos sobre los colores ocres que provocan un espacio concertado, que sustenta el instante arsico-tético propuesto por la forma intervenida en amarillo medio tonal que se desplaza en la zona media.


“Yacu”, por otra parte es una obra enigmática, donde se percibe una figura zoomorfa compuesta e integrada por otros seres que son parte reconocible de la fabulosa mitología desplegada por Lennin, es posible aquí distinguir el azul profundo de un piélago surreal contrastado con el color magmático andino de la parte superior del cuadro, el bestiario que se nos aparece en él, es una de las maneras de este artista de decirnos acerca de su intima comunicación con una supra-realidad en la cual él posee una aventajada carta de navegación.

Por cierto, desprendiéndose de lo argumentado con anterioridad, podemos determinar que Lennin Vásquez posee una obra sólida e inteligentemente intuitiva en lo relacionado a la no-ratio, pero además debemos agregar que en su trabajo abunda la fuerte presencia de una sofía ignota, una alquimia originaria que se re-descubre de manera placentera y gozosa, y es el poder de la acción pictórica que surge de esta parte de los Andes, dando luces de su nueva y joven maestría que se prodiga al mundo a partir del hermetismo andino.



ENRIQUE DE SANTIAGO. (Santiago de Chile, 1961)

Artista visual, poeta, ensayista, investigador y gestor cultural. Desde 1984 expone en muestras colectivas e individuales, tanto en su país de origen como en el resto del mundo. Colaborador de diversas publicaciones del continente.

 


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